LA VUELTA A ITALIA EN 80 TRENES
Atravesar Italia, sobre sus caminos de hierro, es una experiencia inolvidable. Aosta, Turín, Génova, Florencia, Venecia, Roma, Pisa, Nápoles, Palermo y un largo y bellísimo etcétera. Lombardía desde la mezcolanza de trenes de la Ferrovie Nord Milano. Los Alpes desde el ágil Centrovalli, el ferrocarril de los cien valles.
El espectacular Piamonte desde la línea Aosta-Turín. El encanto rural del ferrocarril Chivaso-Asti. El añejo sabor de los automotores de la Suzzara-Ferrara. La niebla perpetua del valle del Po desde el ferrocarril Pedana.
La Ferroviaria Italiana, un nombre grandioso para una remota línea de variopinto material. Pompeya y su Circumvesuviano, con sus vías a los pies del volcán mismo. La curiosa Ferrotranviaria, diseñada como cercanías a vapor. La solera de los automotores de cremallera del Ferrovía Calabro-Lucarne. El atrevido Circumetna que bordea desafiante al malhumorado Etna.
El Ferrocarril Real de Cerdeña, de imprevisibles horarios, sobre el que el tiempo parece haberse detenido. El increíblemente bonito Settebello (los hermosos siete), un tren único en el mundo, de cabina de conducción sobre el techo y un coche-mirador a cada extremo. Los 250 Km/h del Pendolino, con su dispositivo automático de inclinación en las curvas. Y tantos y tantos más.
Las Oficinas de Turismo del Gobierno Italiano afirman que “viajar por Italia es un peregrinaje por la fuente misma de nuestra cultura y por las obras de arte más importantes del patrimonio de Europa”. No sería exagerado incluir en tal referencia a los ferrocarriles de la nación, porque en ellos perdura intacto el dulce encanto de otros tiempos. Y es que los italianos han sabido convertir en arte, el viajo placer de viajar en ferrocarril.
Manu Guinarte
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